História de micro I
Se llamaba El Cortijo-Las Parcelas. Su recorrido el número 315. Incluía una buena porción de la Alameda, Apoquindo, Tomás Moro y otras calles menores de La Reina. Más de una vez tuve que esperar una tercera 315, en el frío, también en el calor. Las dos primeras por alguna razón que en ese entonces me costo entender, no se detuvieron ante mi congelado o asoleado brazo de escolar sin más recursos que mis piernas. Habrá sido por mi uniforme azul con plomo, que instantáneamente me remitía a la categoría de pérdida económica. En la mente del chofer-empresario se activaba una planilla de cálculo mental al avistar un paradero. Ante sus ojos se desplegaba entonces una ecuación donde la x era el beneficio asociado a la relación entre desacelerar el vehículo, llegar tarde al paradero, dejar pasar al recorrido competidor, y los ínfimos 10 pesos de mi aporte escolar. El resultado era indudablemente negativo. Hacia lo anterior mientras simultáneamente aceleraba la mole frente a mi vista, calculaba la distancia de la micro siguiente, ladraba a los pasajeros que se corrieran más atrás, y le hablaba coqueto a su 'pierna' sentada sobre el motor. De pasada observaba por el retrovisor si el picado estudiante le tiraría o no de esta vez el usual piedrazo al ventanal.
En una oportunidad estando yo arriba de la micro, avisté hacia delante de la calle el paradero en donde la niña que me gustaba tomaba mi mismo recorrido. Nunca habíamos coincidido. Ese día sin embargo estaba allí, inmersa en sus pensamientos esperando la micro. Su silueta fresca en la mañana se aproximaba lentamente allá delante al borde del camino. Mi corazón se aceleró al verla y en breves segundos pensé en diversos temas que conversarle y entretener nuestro aburrido camino de un día de semana cualquiera. A media cuadra de su paradero, y cuando procedía ella a levantar su tierno dedo índice, el chofer, en un acto de la más vil arbitrariedad, enganchó tercera y piso a fondo, en una aserruchada que nos pegó completamente a los asientos y que al pasar a su lado no hizo más que despeinar su delgado cabello suelto y empolvar mi esperanza. 'Viejo chucha de su madre' pensé indignado y miré en el espejo el reflejo de su cara de cretino infeliz prometiéndole eterna venganza. También miré hacia atrás, donde ella parada como esperando una explicación, movía sus tiernos labios como diciendo pucha ohhh, otra vez! Que sutileza de reacción pensé, y se me ocurrió que realmente era un desatino darle de piedrazos a las micros que ignoran el paradero de uno.
Varios meses después, estando yo parado en la Avenida Tomás Moro con Bilbao, levanto la mano para tomar una micro cualquiera que me llevara hasta Providencia, y para sorpresa mía se detuvo ante mi la mismísima 315 El Cortijo-Las Parcelas. Al volante reconocí instantáneamente sus uñas negras de micrero negligente, sus ojos vidriosos de chofer omisor de paraderos. Buenos días chacal del pase escolar, pensé. Aparentemente ese día andaba más apurado que nunca. Al subir junto a otras personas, nos denigró a todos con un "ya ya ya, rapidíto arriba y aprenten al centro". Le pagué mis 80 pesos (eran otros tiempos) y le quité el boleto con una agresividad de la cual solo yo me dí cuenta. Este energúmeno cabeza de metalpar está completamente habituado a la poca simpatía pensé. Me senté unos cuatro asientos en su diagonal y le clavé mi mirada de escolar resentido que claramente amenazaba su integridad física, pero este, entre curvas, bocinazos y chuchadas, jamás se percató de mi presencia. A medio camino subió a nuestra micro una señora de unos 70 años. A breves segundos de haber recibido el boleto de las manos inmundas de nuestro personaje, partió catapultada hacia la retaguardia del microbús, puesto que el chofer sin provocación alguna piso a fondo el acelerador cuando la abuela aún no alcanzaba a sujetarse del primer soporte. Quizá donde hubiese ido a dar la pobre veterana si no hubiese sido por la cordialidad de nosotros los pasajeros, que la atajamos entre todos cual pelota de fútbol pateada de una chuleta al arco. Todavía la estarían tratando de despegar del ventanal posterior. En el rostro de la señora, solo el pánico se desdibujaba, mientras que en el del chofer no se leía una pizca de arrepentimiento. Ni unas tímidas disculpas arriesgó decir el muy insensible. Muy por el contrario, se le apreciaba algo así como una risa contenida...
1 comentario:
"a la retraguardia". buenisimo. por eso nunca ando en micro...
Cheers y me hicistes sonreir, thanks, curves
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