martes

Microcuento de un negro, una asiática y un latino.

Una asiática ubica sus bártulos a unos 5 metros de la salida del metro. Una de las maletas parecía contener un teclado. A sus pies, un precioso niño moreno de ojos rajados de unos escasos dos años, se enrreda entre sus piernas. Los movimientos de la asiática, que alternaba entre el niño y la carga, los seguía un personaje de rasgos latinos amables, sentado en su diagonal y a poca distancia en el mismo restaurante, desde donde yo en otra mesa exterior, observaba todo mientras devoraba un sandwich de pollo, lechuga y tomate.
Al rato se suma un negro, de rasgos toscos y pinta sospechosa con una pesada mochila en sus hombros. Se para junto al latino y atraído por la curiosidad le pregunta como intuyendo la respuesta: "¿que tal, que tienes en esa caja?". El latino algo sorprendido sonrie amistosamente y no alcanza a responder cuando el negro sigue ¿hablas inglés? no tienes idea lo que te estoy preguntando no?". El latino asiente con una sonrisa humilde y comprensiva, y dice que si entiende. El negro le repite, que qué tiene en la caja, a lo que el latino responde que "un violín"...y el otro "es que eres músico?", "si toco el violín", y el otro, "que música tocas?", "no sé, toco de todo", "bueno muestrame que tocas...¿donde tienes las partituras acá?" dice el negro, mientras le abre patudamente la mochila al latino y saca de ella una carpeta de notas musicales, y exclama mientras lee como si comprendiera el despliegue de corcheas, semicorcheas, fusas y redondas...."ah muy bien"...y el latino violinista le dice al negro "tu eres músico entonces...?", "si lo soy" dice el negro sonando nada convincente. El violinista lo mira amistosamente unos segundos y le dice: "y que es lo que tocas?", "la trompeta" dice el negro sin mirarlo y muy atento en las partituras. Como volviendo en si le pide al latino violinista "entonces toca algo" le insiste el supuesto trompetista..."ahora?", "si dale, toca algo para mi" insiste el negro. El latino asiente con una suave sonrisa y un breve "okay" y con su cara de persona sabia, toma el estuche, lo abre y saca un inmaculado violín. Lo acomoda en la corva de su cuello, con la uña hace sonar un par de cuerdas afinándolo solo con sus oídos. Ajusta el arco y procede a tocar una breve y bella melodía clásica. El afroamericano lo observa atenta y respetuosamente. Al finalizar aplaude asintiendo y le dice "música sofisticada, muy bien" sonando para mí algo burlón. Luego le da la espalda y agarra al pequeño niño que se le acercó amoroso y con una sola mano se hecha al cuello. "Gracias", alcanza a decir el latino de sonrisa amable, mientras guarda su violín. Solo ahí entendí que el negro, la asiática y el niño son una sola familia, algo que resulta obvio en el rostro canela del crío. El negro en un par de segundos abrió el teclado, lo armó sobre un parlante, dispuso un cómodo asiento sacado desde una de las maletas, y de una gorro hizo un recipiente perfecto para los dólares de los transeúntes, que en esa salida de metro abundan.
Al finalizar el armado, el pequeño niño se posesiona del teclado y toca en un desorden de puñetazos que no suenan del todo mal. Su padre se ubica a su lado y le agrega algo de melodía a los manotazos divertidos de la pequeña criatura que apenas de sostenía en el asiento.
Luego el negro da paso a la asiática cuando suponía que el artista era él, o su niño. Ella se ubicó tras el teclado e inició una seguidilla de melodías breves de ensayo. El negro trompetista, hecho niñera, manager y repentinamente productor se acerca una vez más al latino y le propone: "y si tocas con nosotros?", a lo que el latino sonrió con algo de timidez pero a la vez entusiasmo. El negro agregó sin esperar respuesta pasándole el estuche "vamos, saca el instrumento, toquemos todos juntos a ver que nos sale...". El latino se levantó con su rostro iluminado y se ubicó con su violín a un extremo de la pareja, y tras intercambiar un par de palabras, o más bien un par de notas, improvisó muy serio el acompañamiento a una melodía clásica que la asiática tocaba con extrema facilidad y delicadeza, deslizando sus manos que parecían moverse solas sobre el teclado.

Desde ahí los minutos pasaron y solo les bastó el oído y la mirada para entenderse. El negro oficiaba de niñera al tiempo que director de orquesta, haciendo comentarios breves que solo ellos tres entendían.

Habiendo transcurrido algo más de una hora debía emprender el regreso hacia la oficina, y así lo hice. Caminé algunos metros y a lo lejos brevemente me detuve a presenciar la melodía que ese nuevo grupo de artistas, en una fusión de estilos, vivencias y culturas ejecutaban con inmensa naturalidad, como si hubieran tocado de por vida juntos.

Hoy, a una semana del encuentro, los tres siguen tocando esporádicamente en el mismo lugar. En cuanto a las ganancias recuerdan repartirlas en partes iguales, aunque debo hacer notar que eso pareciera no importarles demasiado, como que tocaran con otro propósito, como que el propósito fuera simplemente hacer música. Parecen felices. En realidad felices no es la palabra adecuada, pues en realidad parecen radiantes.

En un mundo que tercamente parece hacerte notar lo diferente que somos, repentinamente un idioma universal te vuelve a tierra y te hace comprender que el mensaje que traemos es común, que es el mismo.

Foto: bitacoreta.org

2 comentarios:

Montserrat Nicolás dijo...

Nice...y yes, Wed. perfecto.
c.

Anónimo dijo...

quiero oirlos ya.

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