Adriano
Ayer se fue un compañero de trabajo en forma definitiva. No hubo una relación amistosa entre nosotros, pero lamenté su partida. Y lo lamenté por haberle sido cruel. No solo fui cruel con él sino que lo fuí a sus espaldas. Lo que más me sorprende de mi, que tan justo me considero, es que en su cara fui siempre educado y muy cortés. En su ausencia opinaba que algo definitivamente andaba mal con él, que era un perno e imitaba su risa desordenada y la forma como contestaba el teléfono "Aló ó ó ó", tal cual, que a mi me sonaba como voz de vieja medio desvariada. Nada en su persona era criticable, y eso es lo que más me duele. Mi burla a sus espaldas era de la más definitiva e inexplicable crueldad. No es un tipo para nada excentrico, que se vista de manera estrafalária ni nada de eso. Se viste de colores grises, a veces beige y verde, muy deslavados y poco vistosos, de peinado tradicional hacia al lado, con un rostro en permanente estado de disculpa, de mirada sumisa. En la calle pasaría absolutamente desapercido.
Su risa me causaba entre pena y verguenza ajena. Reía como una espécie de Tribilín reprimido, afirmandose el pecho con los brazos. En los tantos cócteles a los cuales nos vemos obligados a ir e inmolarnos con la presencia de gente deliberadamente aburrida, su destreza social era fatal y solía tener muy pocas cosas interesantes que decir, lo cual nada decía de la alta cantidad de conocimiento que albergaba en su cabeza. Es como si el conocimiento técnico de su profesión fuera inversamente proporcional a su torpeza social. A veces contaba cosas realmente extrañas, que sacaban entre sueño y sorpresa, como hace un par de semanas cuando en un cóctel nos comentó a un grupo de personas "Una vez cuando era muy niño, de regalo de navidad, mis papás me dieron una bolsa de carbón y nada más" dijo con su risa tímida y culpable. ¡Pero porqué! le pregunté muy serio, y el "me habré portado muy mal supongo". Que clase de padres le hacen eso a un niño pensé, mientra el resto de la gente que nos acompañaba rió con la misma crueldad con que yo le hacía burlas en su ausencia.
Su risa me causaba entre pena y verguenza ajena. Reía como una espécie de Tribilín reprimido, afirmandose el pecho con los brazos. En los tantos cócteles a los cuales nos vemos obligados a ir e inmolarnos con la presencia de gente deliberadamente aburrida, su destreza social era fatal y solía tener muy pocas cosas interesantes que decir, lo cual nada decía de la alta cantidad de conocimiento que albergaba en su cabeza. Es como si el conocimiento técnico de su profesión fuera inversamente proporcional a su torpeza social. A veces contaba cosas realmente extrañas, que sacaban entre sueño y sorpresa, como hace un par de semanas cuando en un cóctel nos comentó a un grupo de personas "Una vez cuando era muy niño, de regalo de navidad, mis papás me dieron una bolsa de carbón y nada más" dijo con su risa tímida y culpable. ¡Pero porqué! le pregunté muy serio, y el "me habré portado muy mal supongo". Que clase de padres le hacen eso a un niño pensé, mientra el resto de la gente que nos acompañaba rió con la misma crueldad con que yo le hacía burlas en su ausencia.
De ahí empezé a respetarlo un poco más. Se me ocurrió que no había tenido una vida muy simple y me enrabió mi indolencia. Días antes de su partida me enteré por medio de una compañera de trabajo que Adriano había estado casado no hacía mucho y que se había separado. Su señora lo abandonó no hace más de un año atrás. "Le dejó un nota pegada en el refrigerador diciendo que se iría y que no volvería nunca más, y que la comida estaba en el horno".
Disculpa mi indelicadeza Adriano Marconi, y el haberte evitado en más de una conversación. Eres un tipo definitivamente honesto y auténtico, una persona buena. Nunca trataste de imponer tu critério, nunca pretendiste ser algo que no eres (como la mayoría). Te agradezco por jamás haber resfregado tu inteligencia en la cara de ninguno de nosotros, aunque tenías méritos suficientes para hacerlo. Deseo sinceramente que tu vida sea definitivamente mejor apartir de ahora.
3 comentarios:
Igual como que me dio pena (já...). Independiente de eso, siempre hay un dilema gigante, que es que justo cuando una persona ya no la tienes te das cuenta de lo valioso que era.
Una lástima, tu peor castigo sera el remordimiento de haber actuado de la manera en como lo hiciste con ese pobre hombre.
Saludos y espero verte seguido.
Adios.
Me saco el sombrero ante tu sensibilidad y valentía. Hiciste que me sintiera identificado y lo curioso es que fue desde los dos lados. Ojalá Adriano llegue a leer esto y se de cuenta de que, aunque más tarde que temprano, rectificar es de sabios... y perdonar de justos.
Mis saludos.
Y te apuesto que si volviera todo volvería más o menos a lo mismo, no hay muerto malo ni novia fea, y desde lejos alguna gente se ve mejor y hasta no scaen bien.
No es que tenga poca fé o dude de tus intenciones, pero he presenciado tantos casos.
:)
Slds
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