Leí cosas a Ju que nunca había leído a nadie...
Ayer llegué a lo sumo de la patudez. Me tomé la libertad de leerle mis escritos secretos, sin siquiera pedirle permiso. Por supuesto la culpa es suya, de sus ojos, de la mirada de sus ojos. Ella atenta, procedió a escucharme amable, absorta, midiendo, sintiendome. Yo, habiendo repentinamente olvidado el pudor, encontré en ella un sueño literário, mi lectora única y más importante, en sus oídos mi mecenas, en sus palabras mi crítico literário más valido.
Le leí línea tras línea, y ella sin despegarme un ojo de encima, descubrió en mi un poeta donde no lo había, en mis líneas perdidas y enpolvadas, descubrió un raro clásico bestseller, me adjudicó premios literários imáginarios que me proyectaron al mismísimo Nobel.

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